Sinopsis del argumento (Mi seudónimo II)
Gaspar le pide al paje que, por favor, le rellene la que es ya su cuarta taza de té consumida en las 2 horas en las que llevan atendiendo los deseos de los niños. Mira a cada uno de sus lados, a los que se convirtieron en sus compañeros inseparables desde aquél 6 de enero en el famoso pesebre. Piensa en sus nombres, Melchor, Gaspar y Baltasar, para siempre entrelazados en la historia, no se puede hablar de uno sin hablar del resto. Se fija entonces, en la taza llena de sus compañeros, el té ya frío desde la primera vez que lo sirvieron, hace dos horas; ambas tazas, sin tocar. Traga saliva, al menos, piensa Gaspar, esa es su realidad, nadie habla de él, sin pensar también en Melchor y Baltasar. No está seguro de que lo contrario sea cierto: la diferencia entre las colas de espera para hablar con cada uno de ellos habla por sí sola. Abraza con su palma la taza de té que, ahora llena, le proporciona una agradable sensación de calor que ayuda a calmar sus pensamientos. Bebe té, mientras sus compañeros hablan con niños ilusionados, e intenta su mejor sonrisa para atender al niño que viene hacia él, visiblemente disgustado. "¡Yo quiero ir con Baltasar!" le llora el niño a su madre, haciendo caso omiso del hombre en cuyo regazo se sienta, "¡Es mucho mejor que Gaspar!". Gaspar, internamente, no puede evitar estar de acuerdo con los sentimientos del pequeño humano ante él. "Ya lo sé Alex, pero tenemos prisa y esta era la fila más corta" le responde la madre, "¡Eso es porque nadie le quiere!", responde el niño, Alex, como si fuera una verdad universal. Tal vez lo sea, piensa brevemente Gaspar. Aparta la idea y pasa por la interacción con el niño con la mejor sonrisa que logra sacar en ese momento, y se despide, finalmente, de Alex "¡Adiós, rey mago!". Gaspar suspira, mágico, piensa, es todo lo contrario a cómo se siente en ese instante. Se permite un momento para recomponerse, antes de atender al siguiente niño. Alza la cabeza, por fin preparado para seguir con su labor; no hay nadie en su fila. Coge de nuevo su taza, para mantener ocupadas sus manos vacías de regalos; nota las lágrimas asomar. Bebe. El té quema su lengua, aún demasiado caliente para ser consumido. Bebe y bebe. Piensa irónicamente en aquél villancico y se traslada a aquellas navidades en las que aún era importante. Bebe y bebe y vuelve a beber. La sensación de quemazón le ayuda a no pensar. Bebe y bebe...
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